domingo, 30 de agosto de 2015

Enrique Saborido, el uruguayo que encarnó la imagen integral del tango de su época.

Enrique Saborido, un montevideano de la guardia vieja.


Nació en Montevideo aproximadamente en 1877. A la edad de dos o cuatro años (sus biógrafos difieren), sus padres lo llevaron a vivir a Buenos Aires.

Sus padres, españoles, al ver su vocación por la música, lo mandaron a estudiar violín, desde temprana edad, con el maestro Juan Gutiérrez que fue director del Instituto Musical de "La Prensa". Enseguida también mezcló el estudio de piano, optando luego, en su carrera de intérprete y compositor, por éste último.

Cursó allí sus estudios curriculares, llegando a terminar el primer año de bachillerato. 

Trabajó hasta los quince años de edad, en una librería. 

Fue poco después de los quince años, que comenzó a tocar piano en casas de familia. Allí encantaba su música, lo mismo que sus improvisaciones. Ya componía pequeños fragmentos musicales.

Dejó la librería para pasar a la secretaría del Teatro San Martín. En este último empleo se mantuvo hasta los treinta años de edad.

Sus comienzos como músico profesional.


Sobre 1895 dejó sus interpretaciones en casas de familia, para tocar en "La vieja Eustaquia", cercana al Mercado de Abasto. 

Y tres años después, ya tenía su propia orquesta, en la que su hermano Guillermo era uno de los dos guitarristas. Además había un arpa, un violín y dos flautas. Algunas veces, tocaban acompañados por una mandolina y una armónica. 
Era la época en que el bandoneón no había llegado hasta el tango.

Enrique Saborido.

Enrique Saborido en "Lo de Hansen", en 1902.

La orquesta, ahora convertida en trío (piano, violín y flauta), pasó a amenizar las noches de "Lo de Hansen", un lugar emblemático de la época.

Así aparece mencionado el lugar, en el tango Tiempos viejos (1926) de Manuel Romero y de otro destacado uruguayo, Francisco Canaro.

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¿Te acordás hermano la Rubia Mireya
que quité en lo de Hansen al guapo Rivera?
¡Casi me suicido una noche por ella
y hoy es una pobre mendiga harapienta!
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Así llamaban al restorán del Parque 3 de Febrero o Tarana, que estaba en la Avenida de la Palmeras, en el barrio de Palermo, en Buenos Aires
Lo había fundado en 1977 el alemán Juan Hansen.

"Lo de Hansen" fue demolido en 1912. En 1994, en el lugar se colocó una placa que dice: "Aquí se reunían músicos, cantantes y bailarines de tango que contribuyeron a popularizarlo."



De Lo de Hansen a Mar del Plata, y de retorno al Bar Ronchetti. 

Y se va a Mar del Plata, a La Perla. Era la época en que Mar del Plata estaba restringido a la alta sociedad. Allí permaneció toda la temporada.

Regresa a Buenos Aires para 1904. Para actuar en el bar de Reconquista y Lavalle, el bar Reconquista. Ronchetti era el dueño, por éso, lo llamaban lo de Ronchetti. Y allí, en lo de Ronchetti, escribió La morocha.
Estaba fascinado con la belleza de otra uruguaya, cantante y bailarina. Su nombre era Lola Candales. Para ella, para que ese tema se convirtiera en un éxito de la bonita mujer.
Escribió la música y le pidió a su amigo Angel Villoldo que le pusiera una letra como para Lola. ¡Y a ella le gustó!
Así Lola lo estrenó exitosamente en el bar Reconquista.

Y así se escribía la historia del tango, de otro tango. Era el primer tango, el tango de la guardia vieja, el del dos por cuatro.

Enrique Saborido, el gran bailarín.


Saborido era un excelente bailarín de tango. Tenía su propia academia en barrio Norte. Realizaba lucidas actuaciones, en el Palais de Glace. 

En 1911 viajó a Europa, donde tuvo éxito con su academia de tango en París, y luego también en Londres. Actuó en el Royal Theatre de la Ciudad Luz y en el Savoy Hotel de Londres, dejando en ambas ciudades al auditorio impactado. Pero allí comenzaba a gestarse la Primera Guerra Mundial. Todo estaba convulsionado. Entonces eligió regresar al Río de la Plata.


Enrique Saborido, compositor.


Como compositor, tuvo una prolífera obra. Como dice algún biógrafo por ahí, compuso infinidad de tangos (también de músicas en otros estilos).
Pero son dos tangos los que le dieron la inmortalidad: en 1905 La morocha, al que le pusiera letra Angel Villoldo. Y en 1908, Felicia, al que consideraba el más tango de sus tangos.



El regreso de Europa.


A su regreso lo sorprende el auge de un tango nuevo, que no se parece al suyo. 
Trabaja como pianista en salas de cine, que en el año 20 era cine mudo, para mantenerse. 

Luego se emplea en el Ministerio de Guerra, hasta el fin de sus días.

Y el tiempo pasaba observando cómo iba cambiando el tango, a pasos agigantados.

En este tiempo contrae matrimonio, del que nace su única hija, Rosario. La suerte tampoco esta vez se alía con él demasiado tiempo, y queda viudo.

Y transcurrió toda la década del 20.


Juan Carlos Bazán y la Orquesta de la Guardia Vieja.


En 1930 es convocado por Bazán para entrar como pianista a la Orquesta de la Guardia Vieja, con actuaciones en el teatro Nacional.

En 1935 vuelve a formar una orquesta. Esta vez es un quinteto. Y se mantiene por alrededor de cinco años, con cierto éxito, en las estaciones de radio, principalmente por la emisora LS6 Radio del Pueblo.

Hasta que en 1941, cuando tenía sesenta y cuatro años, lo sorprende la muerte de mañana, al llegar a su trabajo. Un ataque cardíaco sello el final de sus días nostálgicos del dos por cuatro desaparecido para siempre. Fue el 19 de septiembre.


Angel Villoldo en la pluma de Borges.

Jorge Luis Borges, reconociendo la trayectoria de Villoldo, lo nombra en su obra Fundación mítica de Buenos Aires:


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Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.

El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.

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La despedida del Malevo Muñoz.



El poeta y periodista argentino Carlos de la Púa (el Malevo Muñoz), lo despidió con estas palabras:

"Murió el famoso compositor de tangos de la Guardia Vieja, Enrique Saborido, autor de infinidad de obras de gran éxito cuyos compases ya lejanos brillaron con fulgores propios en la época de oro de nuestra música popular. Por éso podemos asegurar que mientras quede en los patios de arrabal de Buenos Aires una maceta humilde de malvones y claveles cuidados con cariño por cualquiera de esas muchachas de nuestros suburbios vivirá también, generoso y renovado, el recuerdo sencillo y cordial de aquella morocha argentina que hace muchos años Enrique Saborido llevó del brazo de su talento a pasear orgulloso por el mundo."

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