Son las 15.28 de un viernes más que se desploma sobre mí.
- ¿Quedamos así, entonces, Sr. Castro?- y me pongo de pie junto a mi escritorio en el afán de finalizar pronto la entrevista. Castro duda un momento para luego imitarme y yo, sin perder tiempo, me dirijo a abrir una y otra puerta y me apresuto a saludar...
- ¡Buenas tardes, Sr. Castro!
- ¡Hasta mañana, señora!
...y Marta, detrás de mí, casi al mismo tiempo:
- ¡Teléfono para Ud., señora!
Regreso al escritorio, digo "¡Hola!" y escucho a Juan José. Hoy tampoco podrá pasar por "La Gallinita Colorada" a retirar a Rodrigo y Magdalena. ¡Si hace diez días, al comenzar las clases, le advertí que era mejor reservarles lugar en la Combi! y se lo recuerdo.
- ¿Empezamos?
- Yo también estoy complicada hoy- replico algo arrepentida de haber hecho mención al asunto ¡ahora no la termina más!
- Anoche en la cena estuviste bastante grosera.
- Anoche estaba cansada- digo sin que me preste atención.
- No hay derecho a que me hables así delante de los Porta.
- Tampoco a los Porta les interesa tu opinión sobre mi madre- y así hasta que miro el reloj: 16.49 y lo interrumpo -ya se hizo tarde ¡hasta luego!
Sin más cuelgo el auricular, tomo mi cartera y camino hacia la puerta mientras le aviso a Marta que ya no regreso, dándole breves instrucciones para que cierre por mí.
- Señora Stella, se terminaron los tornillos- me intercepta Andrés.
¡Otra vez los tornillos! Por un momento pienso en volver sobre mis pasos pero me frena la imagen de cuatro ojitos que se llenan de lágrimas ante cualquier "abandono" y lo esquivo y salgo a la calle. Sin duda ellos son más que los tornillos, pienso, y miro aquí y allá, sin recordar dónde dejé estacionado el auto... ¡allá está!
En apenas unos segundos voy camino al jardín. ¿Por qué siempre se terminan los tornillos cuando tengo prisa? No tomo conciencia de la velocidad que llevo hasta que un semáforo cambia y no puedo frenar. ¿Cómo se las arreglarán sin los tornillos? Continúo la marcha. Enseguida veo el conglomerado de madres: ¡están saliendo!
Rodrigo y Magdalena están allí. Detengo el auto a unos pasos de ellos y hago sonar la bocina. Primero un pequeño sobresalto, luego al ver que soy yo se buscan la mano uno a otro con torpeza y me hacen reír. ¡Parecen estar haciendo una ronda! Abro la puerta trasera, suben corriendo y nos estiramos para besarnos. Pongo el auto en movimiento mientras pienso en conducir con más ciudado ahora que llevo tan preciosa carga. Les pregunto cómo les fue.
- Dibujé una mariposa- cuenta primero Magdalena.
- Yo también- inventa Rodrigo que en todo quiere imitar a su hermana un año mayor.
- No, vos no sabés hacer mariposas.
- Pero hice una y subí al tobogán grande.
Estaciono frente a la puerta de casa y bajan.
- Magdalena perdió la plata de los bizcochos y me sacó la mía.
- Yo no te saqué la plata de los bizcochos.
- Pero me comiste uno.
- ¡Ey! Antes de ir a jugar sáquense los delantales- me obedecen para luego salir corriendo al patio del fondo.
Guardo la ropa y les sirvo la merienda:
- ¡A lavarse las manos!- pasan corriendo hacia el baño.
La cocina está sucia del mediodia, hay que hacer compras para la cena, las camas están sin tender y... ¡el piso del baño mojado! y ya regresan dejando marcas sobre las tablas enceradas. ¡Claro!, si Juan José me dijo que había pasado a bañarse. ¿Es que nunca puede secar el piso?
- Mamá, Rodrigo se volcó el yogurt.
- Vos me pegaste en el brazo.
- No, yo traía mi silla.
- ¡Boba!
- Vos sos bobo.
- Mamáaa...- llora Rodrigo.
- No peleen- contesto automáticamente mientras pienso en mi madre. Recuerdo que hace cuatro días que no sé nada de ella. Levanto el teléfono y disco un número... ¡no atiende!
- Mamá, Rodrigo quiere atarle la cola a Perico.
- Mamáaa, Perico me arañó.
Tiendo las camas y seco el piso del baño. Miro la hora: 17.46. Sin los tornillos seguro nadie hace nada en la fábrica. ¡Ahora a la cocina! Pongo agua a calentar. ¡El timbre! Los niños llegan a la puerta primero que yo, no sé cómo se las arreglan pero siempre es así.
- ¡No abran sin ver antes quién es!- pero ya era tarde, están ambos colgados del cuello de su abuela, armando gran alboroto, y apurados comienzan a contarle cosas y a desenvolver los habituales obsequios. No es sino hasta un par de minutos más tarde que puedo decir:
- ¡Hola, mamá!- y por un impulso también yo rodeo con mis brazos ese cuello que por obra de unos elegantes tacos llega en este día a la altura del mío.
- ¿Vos también me desacomodás la capelina?- medio bromea mi madre.
- ¡Te queda muy linda!- respondo sin ánimo de liberarla y luchando con un par de lágrimas que por algún motivo quieren aparecer en escena en ese momento.
- ¿Qué sucede?- me pregunta con un tono de voz como el que empleaba siempre para hablarme en mi infancia, en mi larga infancia, en mis veinte años de infancia a su lado.
- Nada- respondo, pero como la lucha es aún encarnizada la voz me sale ahogada.
- Magdalena tiene mi camión y no me lo quiere dar- interrumpe Rodrigo y yo aprovecho para desprenderme al tiempo que lo observo:
- Juntá los papeles que tiraron al piso y andá a jugar con Magdalena ¿le diste las gracias a la abuela?- Pero ya sale corriendo al patio y los papeles quedan allí unos segundos más hasta que mi madre se inclina a recogerlos, arrugándolos en su puño y camina con ellos rumbo a la cocina, al tiempo que va dejando su cartera en una silla del comedor diario.
- ¡Qué desastre esta cocina!- exclama ni bien entra y me siento avergonzada. -¡Alcanzame un delantal!- obedezco. -¿Fuiste a la fábrica hoy?- asiento con la cabeza. -¿Está todo bien allá?- vuelvo a asentir. -Recuerdo que tu padre muchas veces venía fatigado, claro que vos sos joven... Stella: ¿Por qué no tomás un baño y te refrescás un poco?
18.14 y las gotas de agua caliente me dan una sensación de bienestar.
Cierro el grifo. Froto mi cuerpo enérgicamente con la toalla. Me visto, ordeno el baño, me detengo frente al espejo a alisarme el cabello y se me antoja maquillarme. Es fácil hacerlo cuando mamá está de delantal en la cocina.
- Mamá, salgo a hacer unas compras- anuncio ya con el monedero y la bolsa en la mano y sin esperar respuesta abro la puerta de calle.
Llego caminando a la panadería, saco número y espero descansando la vista sobre el monolítico gris. Podría, cuando regrese, aprovechando que está mamá ayudándome, pasar la ropa por la máquina. ¿Habrán, al menos, encargado los tornillos para mañana? Miro el reloj: 18.41 y tengo cinco, siete, nueve personas delante de mí. Sólo una joven atiende. Vuelvo a bajar la vista...
- ¿Me permite?- se dirige a mí una voz masculina y me hago a un lado para que también él pueda retirar su número.
Veo a los pies de mi reciente interlocutor. ¡Qué lindos mocasines! Cuando era joven, bueno, cuando era más joven, me gustaba ver que los muchachos llevaran mocasines de esos. Sobre los mocasines, dos piernas ceñidas por un jeans lavado a la piedra. Me gustan esas piernas de músculos anchos. Me quedo mirándolas medio distraída, medio regocijada en la alegría visual que me ofrecen. De pronto me sobresalto ¿y si él me estuviera viendo? Cambio los ojos buscando los suyos muy al pasar. ¡No me veía! respiro aliviada. Miro la vitrina, la puerta, la vidriera, los demás clientes. Vuelvo a él y tampoco me está mirando: sus caderas son angostas, su pecho ancho, sus brazos fuertes y su rostro... ¡qué perfil! Con la imaginación extiendo los brazos hacia él y lo toco para ver si es real, si algo como "éso" puede existir y me asusto de mí misma. Vuelvo la vista al piso, mejor pienso en otra cosa: ¡en los tornillos!
- "67"- es mi número. Pido, pago y abandono el local. Salgo, otra vez mirando al piso, mejor no pensar en... en nada. Sólo cincuenta metros y llego al puesto.
- Cuatro quilos de papas, dos de peras, dos de cebollas, uno de zanahorias... y sigo comprando compulsivamente. Don Paco llena mi bolsa y otras plásticas que me suministra.
La visión del volumen de la compra me aterroriza pero pago, echo el monedero lo más adentro que puedo de mi bolsa de malla y utilizando los dos brazos levanto aquéllo del mostrador y echo a andar pensando en llegar pronto a casa.
Un paso: ya me están doliendo los brazos. Dos pasos: el dolor llega a la clavícula. Tres: siento que no puedo respirar. Cuatro: me tienta la idea de soltar todo allí y sentarme en el cordón de la vereda. Cinco: ¡si mamá viniera a mi encuentro! Seis: creo que voy a llorar. Siete:... ¡el muchacho de los mocasines! Ocho, nueve, diez pasos: mi cara ha de estar enrojecida. Once, doce, trece: debo caminar más derecha. Catorce, quince, dieciséis: por suerte no me ve. Diecisiete, dieciocho, diecinueve: poco más y pasa. Veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro: ¡alegría! ya pasó. Veinti... ah!...
Se rompe el plástico y ruedan tres duraznos, dos peras, sopapeo el aire pero sólo logro que se caigan las naranjas ¡los dos quilos!
- ¡Permítame!- se vuelve a recoger la fruta. -Creo que ha comprado usted demasiado- comenta risueño mientras se agacha en uno y otro lado. -Juntaré todo y la ayudaré a acomodarlo y a llevarlo a su casa.
- No es necesario, vivo muy cerca de aquí.
- Sí, lo sé. Guardamos en el mismo garage, usted justo a mi derecha. Anoche olvidó desconectar el "booster", yo lo hice. Stella... ése es su nombre ¿verdad? Está en los cassettes. Yo soy Martín Alcántara -vamos caminando ya rumbo a casa cuando prosigue:
- Pensaba que mañana a la mañana antes de ir a trabajar podríamos tomar algo juntos -dice y lo miro seria -para conversar, sólo eso -aclara y me observa para luego continuar: -creo que es fácil encontrar de qué hablar con vos -ahora me tutea.
- No me parece. Ya llegamos. ¡Gracias! -de un tirón le quito mis pertenencias para atropellar la puerta al tiempo que lo escucho despedirse:
- ¡Hasta mañana!
Camino de prisa buscando dónde soltar las bolsas.
¿Martín dijo llamarse?
- Sos vos, Stella?
- Sí, mamá. ¿Te quedás a cenar? -Martín... ¿Martín qué?
- No, ya me voy, mejor es que cenen solos.
- ¡Quedate, abuelita! ¡Quedate, quedate!- corean mis hijos, pero mamá se despide de nosotros y marcha a tomar un taxi sin permitir que la lleve. Martín... ¡Alcántara!
- Mamá. Rodrigo me apaga la televisión.
- Magdalena no me deja ver "El hombre araña".
¡Qué suerte poder rescatar este viernes! Está todo limpio y ordenado y la mesa tendida y yo bien arreglada y... y ¡Martín Alcántara! Se oye un chirriar de cerradura y los niños salen corriendo:
- ¡Papá! ¡Papá!... -desde la cocina escucho su alborozada conversación-
Unos minutos más tarde aparece Juan José, saluda con un "¡Hola!", se lava las manos y preguntado qué hay de cenar se sienta a leer el diario en la cocina. Hay pollo. Lo pongo al horno sin contestarle pero no lo nota. Estoy lavando la verdura para la ensalada cuando suena el teléfono. Mi esposo atiende, es una de las pocas cosas que hace de buen grado: atender el teléfono. Habla un rato. Luego deja en espera a su interlocutora que para esa hora ya sé que es Marta y se dirige a mí:
- Dice que quedó todo en orden en la fábrica pero que recuerdes que no hay tornillos.
- Sí, está bien. Dale las gracias por llamar... No, pará. Decile que mañana cuando llegue tome el cheque para imprevistos que hay en caja y mande a Martín... ¿?... quiero decir a Andrés a buscarlos: diez gruesas de cada uno, o mejor veinte y si Castro llega antes que yo, que le diga que regrese el lunes, a la hora de siempre.
Marilyn Días Capó.
"Otro viernes" fue escrito por Marilyn Días Capó en 1986. Este cuento le valió a la autora TRES PREMIOS.
Fue publicado junto a otros por Editorial Monteverde, en el libro "PORTA CUENTOS" (1987).
También fue publicado por Editorial Arca en el libro "14 x 9", que incluye a los 9 autores ganadores del CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS DE AEBU 1988.
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